
Mirada profunda, palabra clara y directa y un gran sentido del humor. Así definiría en este momento a Arturo Sosa SJ (Caracas, 1948), superior general de la Compañía de Jesús desde el 14 de octubre de 2016. Quien sucedió al español Adolfo Nicolás SJ es un jesuita de gran hondura, capaz de provocar procesos con estrategia, algo tan necesario en nuestro mundo. Ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús atraído por un estilo que contribuía a lograr una vida digna para los habitantes de su país. Tras estudiar Filosofía (Caracas) y Teología (Roma y Caracas), fue ordenado sacerdote en 1977. Hombre con dotes para el gobierno y con una honda reflexión; además, es doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Central de Venezuela. Hoy es presidente de la Unión Internacional de Superiores Generales, pero nos fijamos en su sencillez, en su experiencia profunda de Dios que le lleva a poner en camino a la Compañía.
—Muy buenas tardes, padre Arturo, muchas gracias por este encuentro.
—Muy buenas tardes a todos los que están aquí y a todos los que están en otras partes. Gracias por este rato.
—Usted es el mayor de seis hermanos, una familia numerosa, sensible además a lo que ocurría en su país, Venezuela; antiguo alumno del colegio San Ignacio de Caracas. ¿Cómo recuerda a su familia durante aquellos años?
—Con mucho cariño. Era una familia numerosa y extendida porque nosotros éramos seis hermanos y al lado vivían seis primos… los abuelos también estaban presentes… Una familia muy variada y llena de sensibilidades; muy comprometida con los procesos que en ese momento se daban en Venezuela. Yo tengo especial recuerdo del tiempo de la transición de la dictadura militar al primer esfuerzo democrático. Tenía 10 u 11 años. Es como una película que tengo presente por la intensidad con que la vivieron mi papá, mis tíos, la gente que estaba alrededor. Y todo esto se complementaba con la otra familia, que era el colegio, un espacio muy hogareño. Me sentía en el colegio como en mi casa, era una extensión de ida y vuelta. Tengo un recuerdo muy vivo de esos tiempos, de haber crecido acompañado y en libertad. Aprendí, tanto en mi familia como en el colegio, a respetar lo que hay que respetar, pero también a ser libre.
—Su madre también le llegó a decir que su primera familia era el colegio.
—Bueno, no fue mi madre, fue mi padre quien me dijo que él me proponía tres cosas: o que me fuera de una vez o que me regresara a la familia, que era bienvenido, o que me cobraba los días que dormía y comía en la casa, como si fuera un hotel [risas].
—Con 17 años entró al noviciado. ¿Qué le atrajo de la Compañía?
—Hay que recordar que la provincia de Venezuela es muy reciente; la Compañía de Jesús llegó a mi país en 1916. Allí aterrizaron algunos jesuitas para trabajar en el seminario y poco a poco se fue haciendo el colegio San Ignacio, donde estudié, después la residencia San Francisco… Había una gran variedad de jesuitas, sacerdotes, hermanos, escolares… eran jóvenes muy entregados al trabajo del colegio, muy cercanos a nosotros los estudiantes.
—Usted vivió en Venezuela y después lo destinaron a Italia…
—Hasta este momento he vivido en Venezuela toda mi vida, desde que nací hasta que en el año 2014 el padre Nicolás me trajo a Roma. La única excepción fueron los tres años del primer ciclo de Teología, que estuve en Roma. Toda mi vida he estado en Venezuela, no en Caracas, sino en Venezuela. Muchas veces me tocó andar por todo el país tanto con mi papá, como con los jesuitas, por el trabajo.
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